La buscaba por todas las calles que solía frecuentar,
en las cafeterías en las que se pasaba las horas leyendo a sorbos a Salem, Ojeda o Marwan,
en las librerías donde siempre descubría nuevos mundos que conquistar y que le conquistaran.
La buscaba, pero no la encontraba.
La buscaba entre los cojines del sofá en el que se tumbaba a veces,
bajo las sábanas de la cama que la acogía y guardaba sus secretos más felices e inconfesables,
tras las sartenes que se dejaban manipular, serviciales, para cocinar su comida preferida.
La buscaba, pero no la encontraba.
La buscaba en los mensajes de texto guardados,
en los registros del Skype,
en las redes sociales
y hasta en los vídeos de Youtube.
La buscaba, pero no la encontraba.
Por fin, llegó el día en que, cansado y resignado, dejó de buscarla.
Y, ese día,
al abrir los ojos y mirar hacia adelante,
la encontró.
en las cafeterías en las que se pasaba las horas leyendo a sorbos a Salem, Ojeda o Marwan,
en las librerías donde siempre descubría nuevos mundos que conquistar y que le conquistaran.
La buscaba, pero no la encontraba.
La buscaba entre los cojines del sofá en el que se tumbaba a veces,
bajo las sábanas de la cama que la acogía y guardaba sus secretos más felices e inconfesables,
tras las sartenes que se dejaban manipular, serviciales, para cocinar su comida preferida.
La buscaba, pero no la encontraba.
La buscaba en los mensajes de texto guardados,
en los registros del Skype,
en las redes sociales
y hasta en los vídeos de Youtube.
La buscaba, pero no la encontraba.
Por fin, llegó el día en que, cansado y resignado, dejó de buscarla.
Y, ese día,
al abrir los ojos y mirar hacia adelante,
la encontró.
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