Recuerdo una mirada
capaz de decir más cosas
que todos los malditos discursos de Castro juntos.
Recuerdo una sonrisa
que, ella sola, así, sin aditivos, podría iluminar
cien ciudades del tamaño de Nueva York.
Recuerdo un parque,
aunque no me preguntéis ni cómo era, ni quién más había allí,
porque sólo teníamos ojos y piel para nosotros.
Recuerdo unas manos entrelazadas,
como si fueran enredaderas trepando sin fin,
mediante nudos marineros imposibles de ser deshechos.
Recuerdo un vacío
que, como un conjuro sin antídoto, siempre nos aparecía
al pronunciar juntas las palabras hasta y mañana.
Recuerdo cientos de fotos en un album,
cada una tomada en un sitio distinto del mundo
pero, siempre con los mismos protagonistas,
como si fuésemos modelos
de un catálogo de una agencia de viajes.
Recuerdo unos besos
que, descubrimos enseguida,
resultaron ser el mecanismo secreto
para que se detuviese el tiempo.
Recuerdo un te quiero, un te amo y un para siempre,
pero de los de verdad
no de los que duran lo que las promesas de un político.
Recuerdo también unas lágrimas,
pero no eran de tristeza,
sino de alegría por sentir que al corazón
se le quedaba pequeño el pecho
y quería salir a ver mundo.
Pero, si os tengo que ser sincero,
aún espero a que me ocurra todo eso,
ahora que lo recuerdo.
capaz de decir más cosas
que todos los malditos discursos de Castro juntos.
Recuerdo una sonrisa
que, ella sola, así, sin aditivos, podría iluminar
cien ciudades del tamaño de Nueva York.
Recuerdo un parque,
aunque no me preguntéis ni cómo era, ni quién más había allí,
porque sólo teníamos ojos y piel para nosotros.
Recuerdo unas manos entrelazadas,
como si fueran enredaderas trepando sin fin,
mediante nudos marineros imposibles de ser deshechos.
Recuerdo un vacío
que, como un conjuro sin antídoto, siempre nos aparecía
al pronunciar juntas las palabras hasta y mañana.
Recuerdo cientos de fotos en un album,
cada una tomada en un sitio distinto del mundo
pero, siempre con los mismos protagonistas,
como si fuésemos modelos
de un catálogo de una agencia de viajes.
Recuerdo unos besos
que, descubrimos enseguida,
resultaron ser el mecanismo secreto
para que se detuviese el tiempo.
Recuerdo un te quiero, un te amo y un para siempre,
pero de los de verdad
no de los que duran lo que las promesas de un político.
Recuerdo también unas lágrimas,
pero no eran de tristeza,
sino de alegría por sentir que al corazón
se le quedaba pequeño el pecho
y quería salir a ver mundo.
Pero, si os tengo que ser sincero,
aún espero a que me ocurra todo eso,
ahora que lo recuerdo.
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