La 1 de la mañana.
Los ojos abiertos en la oscuridad.
Una estupidez total, porque lo mismo vería si los tuviese cerrados.
En mi cabeza luchan por ganarse mi atención más pensamientos de los que puedo pensar.
Uno de ellos va escalando posiciones hasta captar mi interés: Mañana tengo que madrugar y no consigo pegar un maldito ojo.
Empiezo a hacer los cálculos que hace todo el mundo en estos casos:
Si me quedase dormido justo ahora, ¿cuántas horas de sueño salvaría?
Pero el justo ahora no llega nunca.
Las 3 de la mañana.
Intento vaciar mi mente de ruido y relajarme.
Ahora soy consciente del ruido fuera de mi mente.
Agua recorriendo ansiosamente las tuberías de algún vecino incontinente. Protestas de la madera ante los cambios de temperatura. Coches cuyos dueños sufren turnos inhumanos. Árboles que se balancean en una danza nocturna provocada por una música que no me apetece escuchar en este momento. El ladrido de un perro alarmado por alguna pesadilla de perros.
Y las agujas de mi reloj.
Ese tic-tac endemoniado que no hace sino volverme a recordar:
Si me quedase dormido justo ahora, ¿cuántas horas de sueño salvaría?
Las 5 de la mañana.
Siento cómo quiere empezar a conquistarme la ansiedad y me maldigo a mí mismo porque llevo toda la noche intentando evitarla.
E intentando dormir.
Joder, quiero dormir. Necesito dormir!!!
Lo grito dentro de mi cabeza con todas mis fuerzas. Siento incluso la tensión en mi cara al hacer ese esfuerzo y, de repente, como respondiendo a ese alarido, suena el despertador. Riéndose de mí.
Las 7 de la mañana.
No encuentro el suficiente vocabulario como para expresar todos los modos en los que quiero maldecir ese momento.
¿Cómo ha pasado tan rápido? ¿Cómo se me ha hecho tan largo?
Pero ya da igual.
Otra noche sin dormir.
Otra noche de sueños perdidos.
Otro pedazo de mi alma que se desvanece en el olvido.
Los ojos abiertos en la oscuridad.
Una estupidez total, porque lo mismo vería si los tuviese cerrados.
En mi cabeza luchan por ganarse mi atención más pensamientos de los que puedo pensar.
Uno de ellos va escalando posiciones hasta captar mi interés: Mañana tengo que madrugar y no consigo pegar un maldito ojo.
Empiezo a hacer los cálculos que hace todo el mundo en estos casos:
Si me quedase dormido justo ahora, ¿cuántas horas de sueño salvaría?
Pero el justo ahora no llega nunca.
Las 3 de la mañana.
Intento vaciar mi mente de ruido y relajarme.
Ahora soy consciente del ruido fuera de mi mente.
Agua recorriendo ansiosamente las tuberías de algún vecino incontinente. Protestas de la madera ante los cambios de temperatura. Coches cuyos dueños sufren turnos inhumanos. Árboles que se balancean en una danza nocturna provocada por una música que no me apetece escuchar en este momento. El ladrido de un perro alarmado por alguna pesadilla de perros.
Y las agujas de mi reloj.
Ese tic-tac endemoniado que no hace sino volverme a recordar:
Si me quedase dormido justo ahora, ¿cuántas horas de sueño salvaría?
Las 5 de la mañana.
Siento cómo quiere empezar a conquistarme la ansiedad y me maldigo a mí mismo porque llevo toda la noche intentando evitarla.
E intentando dormir.
Joder, quiero dormir. Necesito dormir!!!
Lo grito dentro de mi cabeza con todas mis fuerzas. Siento incluso la tensión en mi cara al hacer ese esfuerzo y, de repente, como respondiendo a ese alarido, suena el despertador. Riéndose de mí.
Las 7 de la mañana.
No encuentro el suficiente vocabulario como para expresar todos los modos en los que quiero maldecir ese momento.
¿Cómo ha pasado tan rápido? ¿Cómo se me ha hecho tan largo?
Pero ya da igual.
Otra noche sin dormir.
Otra noche de sueños perdidos.
Otro pedazo de mi alma que se desvanece en el olvido.
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