Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que yo me declaraba apolítico por vocación y devoción.
Dicho estatus se debía únicamente a un hecho muy simple: nada de lo que me proponían ninguno de los candidatos, a dirigir nuestros caminos y gestionar nuestros dineros, me convencía lo más mínimo, por lo que, mi interés ante semejante escenario era más bien nulo.
Ha pasado el tiempo. La sociedad ha cambiado. Yo he cambiado (y sigo cambiando, porque la vida es cambio y, si no es que estás muerto). Incluso la Iglesia, gracias al Papa Francisco, parece, por fin, estar cambiando. Sin embargo, si nos metemos en arenas políticas, siguen siendo igual de movedizas que siempre y agonizan de muerte por estancamiento.
Alguno pensará que sí que han cambiado, a peor: corrupción, delitos, engaños,...
No nos engañemos. Esto ha sido así siempre. Lo que ocurre es que, en estos tiempos, donde el cuarto poder (que yo me tomo la libertad de generalizar como el de la información, no sólo la prensa), está haciendo todos los méritos para encaramarse al primer lugar del escalafón a golpe de sacar a la luz hechos a los que, hace años, resultaría impensable el tener acceso, lo estamos viendo todo, en ocasiones perplejos, en primera fila de butacas.
A todo esto, podemos añadir la indolencia y pasotismo con el que se ha gestionado la condena al ostracismo de todos los super talentos que han tenido que dejar sus hogares y su país, para poder sobrevivir en un mundo en el que la demanda siempre supera con creces a la oferta, cuando, a nadie con dos dedos de frente se le escapa que esa gente es la más necesaria, y capacitada, para sacarnos a todoss del horizonte de sucesos donde estamos orbitando, impacientes y temerosos por ver si salimos del agujero negro o caemos irreversiblemente en él.
Vemos también que, dos de los pilares fundamentales de una sociedad que pueda presumir, orgullosa, de ser avanzada, próspera y evolucionada, como son la sanidad y la educación, son tratados como peones en una partida de ajedrez político en la que su sacrificio no tiene más importancia que la puramenta estratégica para intereses a otros niveles, en los que no se nos incluye a ninguno de nosotros, los ciudadanos de a pie.
Y muchas otras cosas que revuelven las entrañas al tener la ingenuidad de pensar que la ficción nunca podría superar a la realidad, y sabernos equivocados.
El caso es que todo este surrealismo ha obrado el poder mágico de tornar mi indiferencia en puro cabreo.
Cabreo porque nunca me ha gustado que insulten mi inteligencia mintiéndonos, día sí, día también, a la mismísima jeta.
Cabreo porque se creen que, por estar aquí abajo, somos imbéciles o pueden hacer y deshacer con toda impunidad, sin consecuencia alguna.
Cabreo porque lo que yo lucho, lo que todos luchamos, cada día con nuestro trabajo, lo malgastan de la peor manera posible o lo reinvierten en sus cuentas privadas, que es un buen eufemismo para la realidad de robar.
Y cabreo porque no me gusta tener miedo por el futuro. Y, ahora, gracias a toda esa gente que está por ahí ,con sus sonrisas de portada de revista barata, sus campañas publicitarias y sus coloridos actos circenses, poniéndose a parir unos a otros, lo tengo. Y mucho.
Aún así, votaré. sin dudarlo ni un segundo. Porque considero que es la principal vía, de las pocas que tenemos, para pronunciarnos y, además, porque creo que, también, es el argumento número uno para tener la cualificación moral de ejercer el derecho a la protesta en caso de que el resultado nos vuelva a salir rana.
Y que Dios nos coja confesados.